hace tiempo, a mimi yon, le dije algo tal que así a próposito del cuento de más abajo.
FERMIN O LA TARDE QUE FUI A VER "EL MALO DE LA PELÍCULA", DE ALBERT PLA CON JUDIT FARRÉS.
hacía millones de años que no pasaba por aquí y me encuentro contigo, que no me conoces de nada y no tiene nada que ver, solo que el otro día
era yo el que no podía dejar de hablar de salinger,
y además hablas de alicante
y utilizas palabras como "parra" para referirte a no parar de hablar,
y eso me enternece, sabes? viví en un hotel de alicante tres semanas
y una chica que bailaba regular pero ella decía que lo hacía muy bien
usaba esa misma palabra (usamos las mismas palabras en los mismos lugares, en palencia cómo se llama? quien sabe... a quién le importa?)
te he imaginado con el camisón y un pecho fuera (yo siempre digo teta pero en este caso haré una excepción)
y tú dando vueltas y seguramente si te viese te diría: no sé lo que haces, pero quiero hacerlo contigo.
y esperaría que no lo malinterpretases o tal vez sí
porque qué quieres que te diga, vistas las ofertas de navidades
yo te robaría para enseñarte a mi mejor amigo en plan: mira, una chica de las de verdad,
parece mentira, pero nunca lo es
"las mentiras no existen, my friend, todo son probabilidades"
y no sé si volveré a verte algun día contando otra historia, diciendo en la cabeza muguruza muguruza muguruza y diciendo (me ha encantado): un espectaculo con pantalla (y añadiría ) y tal. aunque claro, porque me recuerdas a un guardian entre miles de centenos eligiendo a cada cual por su propia sombra, te imaginas que pudiesemos cambiarnos las sombras? eso sí sería genial, y yo lo mismo se la cambiaba a una chica que fuese super espectacular y después solo me pondría al contraluz y por una vez me excitaría conmigo mismo, aunque el lema de todo esto se lo copie a silvi (joder me recuerdas a ella, silvi orion, look for it, a veces pasa por el rincón de extremo) el lema el lema
decía: superafavor de los vaqueros. broken jeans, my love, qué te voy a decir despues de ese beso.
que hace calor.
que a veces es mejor así.
que "hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no"
que habrá veces que no te entienda, y tú tampoco serás capaz de explicarte, y tampoco es tan importante si podemos mirarnos, no?
y además, en alicante hay, yo soy más de madrí (silvi vuelve silvi vuelve)
aunque haya nacido en palencia,
y me da que albert pla no ha leído una crónica tan acorde con sus movidas como la que tu has escrito
me la he leído entera entera entera como la leche
como la luna? puede
porque no existe luna entera? da igual da igual
ya me callo ya, perdona tía todas las molestias y tal, pero es que hacía tiempo que buscaba leerte
para comprobar
que cuando algo no está muerto
es porque se mueve.
un abrazo molt fort.
escupe fuerte!!!!!
FERMÍN
o la tarde que fui a ver El malo de la película, de Albert Pla con Judit Farrés
Ayer fui a ver un espectáculo visual. Albert Pla, Judit Farrés. El malo de la película. Qué malo. Qué malos somos todos. Increíble, sencillamente genial. Fui con Nuria y con Tono. Cristina llegaba más tarde porque trabajaba. Entró cuando la cosa ya había empezado y no se sentó con nosotros, nos encontramos al salir.
No fui a yoga. Una pena, llevo días sin ir... Y me encanta. Pero tengo cien mil cosas que hacer para ya. Ayer no fui a yoga porque no había autobús. Teníamos que coger uno antes de las siete. Fuimos Tono y yo, en la universidad estaba Nuria. Es que el espectáculo era en la universidad. Cuando estábamos a punto de entrar se me acercan Bego e Iván, Bego es mi maestra de yoga. Vaya, hubiese podido ir con ella... Hubiese podido ir a yoga... En fin, la semana que viene voy. A ver si me organizo mejor el tiempo y puedo ir. Joder sí, quiero ir, necesito ir...
Cuando nos encontramos con Nuria fuimos al club social. Tono iba a hacerse un porrillo de una yerba matadora. Quería pedir cerveza. Nosotras no estábamos muy convencidas, pero su argumento “es miércoles” fue determinante. Nos cachondeábamos diciendo que la marihuana era para prepararnos para Albert Pla, que si no, no lo íbamos a entender. De hecho fue peor. Para mí al menos. En el espectáculo todo me hacía gracia, no llegué a meterme de verdad en aquello que no la tenía en absoluto. O a lo mejor es que estoy viviendo una época en la que me río de todo, sin más. No sé. La cosa es que tomamos una caña, no más. Luego pensamos que con marihuana nos pega más la Coca-cola. Tarde. Seguimos fumando. Nuria y yo, como casi siempre, teniendo conversaciones frikis sobre postgrados preciosos que a ella le gustaría hacer. Yo no me veo preparada para hacer un postgrado. Aunque vas allí para aprender... Si me licencio, que me licenciare en breve, se supone que estoy preparada... No sé. Es más un rollo de actitud. Si hago un postgrado es para dedicarme a ello en cuerpo y alma. Al conocimiento. Y quiero dedicarme al conocimiento en cuerpo y alma, sí, pero creo que aún no estoy preparada. No me veo yo a gente que hace un postgrado relativo a antropología y pragmática, que son los temas que a más me gustan, fumando yerba un miércoles y buen día a las seis de la tarde antes de ver a Albert Pla.
Total que entramos al teatro, que aún no había empezado. Nuria y yo nos emparrábamos mirando a la gente. Nos encanta. Como visten, como se mueven, como interactúan... Justo delante de nosotras se sentaron un par de chicas que me transmitieron sensaciones muy positivas, acogedoras, enternecedoras. Por lo que escuché, una hacía yoga y meditación (conocía a otra y no sabían de qué así que le preguntó si no sería de algún curso de meditación) Se les acercó otra mujer que me transmitió la misma sensación. Quería levantarme y abrazarlas. Quería conocerlas. Deberían ser amigas de Bego. Ella no es de aquí, lleva poco tiempo en Alicante, creo, y estaría bien que tuviese amigas como ellas. Porque yo quiero ser su amiga, pero soy una chiquilla al fin y al cabo. Que soy su amiga, y la quiero, pero tengo mis movidillas de chiquilla y estoy segura de que unas chicas tan majas, que transmiten esa paz, le encantarían. Yo al menos estaba encantada. Encima la que se acercó a saludar me recordaba muchísmo a una profesora que tuvimos en el instituto, Remei, que era la mejor. Y también me recordaba a una amiga de mi madre, Reme, una mujer a la que adoro. Una persona fantástica con la que inexplicablemente tengo muchos rasgos de la personalidad en común. Inexplicablemente porque no hemos tenido mucho trato. La cosas es que estaba a gusto. Emocionada cual chiquilla porque iba a ver a Albert Plá y rodeada de una gente a la que deseaba conocer. Se sentó un chico a mi lado, entre los dos había un asiento donde estaba mi abrigo, mi bolso y mi bufanda. Le dije que si quería dejar su abrigo, adelante. Me sonrío con una sonrisa reluciente. Vestía estupendo, alternativo pijo. Pequeño burgués catalán. Joven intelectual europeizado. Parecía interesante. Ya digo que todos parecían interesantes. Pero vaya, íbamos a ver un espectáculo de Albert Pla, eso ya supone un sesgo importante.
El espectáculo fue eso, espectacular. Una pantalla de proyecciones, teatro, canciones... Mezcla de discursos y recursos artísticos. Un solo estilo, el de Albert. Interpretaba a un abogado que se iba a un pueblo en mitad de un bosquecillo. Él era el abogado de una gran empresa que pretendía construir allí un polígono. Comercios, casas, fábricas y una grandísima carretera que atravesaría todo. ¿A quién le importan los árboles y las flores, los conejos y los caracoles? El abogado conducía, la pantalla proyectaba lo que veía y lo que pensaba. Soltando incoherencias sumamente coherentes por la boca nos iba transportando de la risa a la angustia, de la desesperación a la desidia. A mí no conseguía meterme. Y es que creo que además de la yerba, estoy en un época contemplativa. Fuera de todo, observando, sin más. La especulación urbanística. Sabía que iba de eso y no estaba muy segura de que me entusiasmase. Es Albert Pla, pensaba, y el tipo me encanta desde aquella vez que con trece años o así escuché por casualidad aquella canción de Rosa y el negro. Eran Albert Pla y Judit Farrés, y esa mujer me maravilló desde que vi el concierto-representación de Canciones de amor y droga. No podía estar mal pero ¿especulación urbanística? Y sí, especulación urbanística desde el absurdo, desde la emoción provocada, empleando simultáneamente imagen, sonido, representación teatral... Delirios de un tipo incoherente y trastornado, contradictorio, de alguien que anhela sentir apego por los demás y por la tierra y que sólo consigue trabajar buscando su propio beneficio. De alguien que es bueno en el fondo, pero a veces tiene malos pensamientos. Y qué grande Albert, como consigue reírse de su propio público sin que muchos lo noten si quiera. Cómo consigue concederle al otro la sensación de que es él quien se ríe, mientras Albert se descojona en silencio en lo más hondo de su ser.
Salimos corriendo, a ver si cogíamos el autobús directo. Pero no. Pues nada, un 24 – 23. Dos autobuses, menos mal que no había mucho tráfico. Quería llegar a casa, hacía frío. Yo aún iba fumada, necesitaba sentarme. Justo delante de la puerta de atrás, había un asiento libre. Al lado, pero en el otro pasillo, otro. Nuria se sentó en el de delante de la puerta, al lado de una chica que iba cantando sola en su parra. Luego, comentándolo, pensamos en las veces en que nosotros nos emparramos y cantamos. O nos cruzamos con alguien, imaginamos una conversación con esa persona, y gesticulamos por la calle. Sí que somos cuadro. Nunca estás seguro de si de verdad eres tan ridículo en los ojos de otro hasta que puedes ver las cosas desde su posición. Y aquella chica a la que vio Nuria nos demostró que sí, somos un cuadro a ojos del que nos ve hacer esas cosas. Pero bueno, da igual, tampoco nos pasa tanto... ¡Y con lo divertidas que son las parras no lo vamos a dejar!
Yo me senté al lado de una mujer. No estaba muy segura, no estaba yo muy aguda, pero parecía un cuadro de mujer ella también. De unos cincuenta años, flaca. Con el pelo teñido de negro recogido en un moño de anciana. Con un bolso pequeño, muy mono. Parecía una señora. Bueno, no, pero eso es lo que desprendía y esa sensación transmitía. Lo primero es la actitud. Parecía una señora que vivía en un barrio marginal y sentía en el fondo de su ser que no merecía esa vida. Tenía el bolso en el asiento que estaba libre, en el que yo me fui a sentar. Cuando me acerqué lo quitó sin más, podía haberme dicho algo... Entró su hijo, que estaría fumando fuera, y ella le dijo “al final te toca ir de pie”. Levanté la vista del díptico que acabábamos de coger al salir del espectáculo, una especie de programa que estaba en una mesa a la entrada del teatro, y le dije al chico “si te quieres sentar...” Me dijo que no. Volví a bajar la vista. Enseguida añadió algo más. Dijo que se había pasado el día sentado, que mejor iba un rato de pie. Le miré y le lacé esa sonrisa que me sale, más por los ojos que por la boca, moviendo una sola de las comisuras, la del lado izquierdo. Nuestras miradas se cruzaron. Entonces le dijo a su madre “esta chica vendrá de estudiar” Le volvía a mirar y le dije que no, que venía de un teatro. Sus ojos se iluminaron. Él nunca había ido a un teatro. En su vida. Yo de pequeña iba a espectáculos de ópera adaptados para niños. Y aunque llevaba años sin ir demasiado, sólo de vez en cuando a cosas gratuitas de grupos amateur, había ido a teatros de muchos tipos. Óperas, realismo, surrealismo cubano, espectáculos musicales, El Tricicle, obras de Shakespeare, obras basadas en obras de Shakespeare... Él, flaco también, con una chaqueta vieja y un gorro de lana negro, de esos de publicidad, me miraba fascinado. Yo, que no podía dejar de mirar en sus ojos, le expliqué que no era un teatro exactamente, era un espectáculo, con una pantalla. Y mientras se proyectaban cosas Albert Pla y una chica (Judit, claro, pero eso a él no se lo dije) hacían su movida. Me preguntó de que iba. Le dije que era un abogado que iba a construir un polígono en un pueblo. Le dije que era muy raro porque empezaba a decir por ejemplo, “ahí hay una casa, y están los niños y sus abuelos, con su huertecito y sus gallinitas”, le decía poniendo vocecita tierna, casi un susurro, parecido a como lo hacía Albert. Y entonces cambiaba el tono, casi gritaba, con voz ronca y ojos como platos, con cara de loca, algo que se enfatizaba por el cambio de entonación, “Pero me da igual, voy a matarlos a todos, voy a construir un pedazo polígono para forrarme” El tipo soltó “¡qué hijoputa!” Y estaba emocionado de verdad. Parecía un yonki, vestía como un yonki, y empezó a ligar conmigo justo al lado de su madre. Pero no me sentí violenta. Y por una parte me enternecían sus ganas de conocer, de buscar cosas más allá de su entorno... La fumada, la biodanza, que descubrí hace poco y hace que de repente me encante la gente y sepa mirarles a los ojos hasta adentrar en ellos, hasta verme a mi misma reflejada porque descubro en el fondo de otros la humanidad, lo que tenemos en común. Y esos ojos, sus ojos. Parecía un yonki, olía como un yonki. Mi actitud ha cambiado. Pase de la rabia a la desidia, de los 13 a los 17 años o así admiraba a los drogodependientes porque no querían formar parate de la sociedad. No era cuestión de cambiar las cosas, luchar por un mundo mejor, bla bla... Basura. No. No se pude cambiar nada, nadie quiere que le cambies. Nadie es superior a nadie para decirle a nadie como tiene que vivir. Lo único que quieres es que es agente de mierda te deje en paz. No existir. Vivir sólo para ti, en ti, contigo. Experimentando sensaciones... Pasé de la desidia y la dejadez a la contemplación. Ya no me molestaban porque ya nada me dolía. Entonces leí el arte de amar, de Fromm. Sí, vale, si se quiere ser feliz, bueno feliz, no creo en la felicidad como estado permanente, pero vaya, si se querer tener una vida plena y satisfactoria, ese es el único camino. Aprender a amar. Pero no sabía como. Empecé con el yoga, terminé de pulir los trabajos que ya había empezado, trabajaba mis movidas, mis carencias en la infancia y la primera juventud, mi autoestima. Y lo conseguí, estaba bien. Dejé el polen también, eso ayudó. Entonces llegó la biodanza. Y mi crecimiento personal siguió en marcha. La biodanza se descubrió ante mí como la herramienta perfecta para aprender el arte de amar sobre el que había leído años atrás. Puede enseñar muchas cosas, yo sólo había tenido un pequeño contacto con ella y para mí fue eso.
Y yo ahí, con mi emoción por lo que acababa de ver, con mi ciego, que ya estaba pasando, pero aún seguía ahí, con mi actitud renovada. El yonki me hablaba, intentaba fascinarme pero era patético. Se notaba que era un tipo de barrio marginal que no había salido de allí en la vida. Le fascinaba que estudiase, me dijo que tenía un libro, que me lo dejaría, que me iba a molar. Y tenía pinta de no haberse leído un libro en su vida. Aunque su voz... Esa voz grave, profunda... Tampoco es que hablase mal. De hecho hablaba bien. Tampoco es que hablásemos mucho, pero... No sé. Parecía un poco colgado, más que yonki parecía ex yonki. Probablemente lo fuese, ex drogodependiente. Ex politoxicómano. Me enternecía que nunca hubiese ido al teatro.
Yo siempre soy simpática, siempre tengo que seguirle el rollo a los demás... Y es que en el fondo me encanta. Me fascina la gente. Porque no hay nada mejor que estar con uno mismo. Pero es maravilloso entremezclarse con los demás un ratito. Gente rara, gente aparentemente tan diferente a ti... Pero eso, que siempre soy simpática. Educación o elección, no sé. La cosa es que una noche, hace mucho, que salí. No soy yo muy de salir, prefiero un bareto, birras y amigos, de los de toda la vida. No somos nosotros, cuando estamos en grupo, muy de socializar. La cosa es que aquélla noche que salí, con gente que conocía, que no eran mis amigos, mi grupo de amigos, conocimos a un tipo. Borracho hasta las entrañas. Dormía en un albergue porque hacía mucho frío, pero prefería la calle. Trastornado, incoherente, le gustabas y al rato te daba miedo. Actitud cambiante, extraño. Pero yo le molé. En Ortigueira, un año que me fui de viaje, primero a Asturias, luego a aquel festival gallego, pasó algo similar. También me fui con una gente que no conocía demasiado, a una sí, pero ella no duró hasta Galicia, la verdad es que fue un buen viaje, 15 días mochila a cuestas... En Ortigueira nos quedamos sin comida y otro y yo fuimos a buscar por ahí. Qué derroche, por Dios, la gente tira la comida con una alegría... Y no cualquier cosa, no. Galletas de chocolate ¡De marca! Y quedaba por lo menos un cuarto de paquete... Patatas fritas, también de marca, bolsas a penas empezadas. Menudo festín. Un grupo de punkis nos miraban mal. Éramos la competencia. Pero ellos tenían perros que les localizaban la comida, nosotros no. Llevábamos no sé, cuatro, cinco días sin ducharnos. Yo iba descalza, no me acuerdo de si el otro chico iba descalzo. Yo iba vestida con una especia de vestido camisón, de esos de playa, sin sujetador. Vale que tengo mucho pecho y quedaba un poco raro, pero yo qué sé, ¡estamos de festival! Esto lo cuento porque nos quedaba una lata de atún o de paté, no sé, y fuimos a preguntarles a unos si les sobraba pan. Nos dijeron que no. Y cuando hablamos un poco más, cuando vieron que no éramos deshechos sociales, nos dieron un par de paquetes de tostadas de esas. ¡Un par de paquetes! Uno sin empezar si quiera... ¿Por qué no nos los dieron desde el principio? Gente rara, a mí me gusta hablar con todo el mundo. Por eso digo que no sé si es elección o educación, pero yo siempre soy simpática. Siempre o casi siempre, hay veces en las que necesito que se me deje en paz, como todos, ¿no?
Y en Ortigueira me hice amiga de Pablo. Un tipo que vivía en la calle, en verano entre Madrid y el norte, en invierno se bajaba al sur. Procuraba no beber de su vaso, la hepatitis me da un poco de mal rollo, pero terminamos haciéndonos colegas. Nos encontrábamos al amanecer terminado la fiesta o despertando en algún lugar extraño, nada cómodo para dormir pero que, cuando lo ves, te parece estupendo. Nos encontrábamos meando entre las tiendas de los demás. Buah, una noche, ¡qué risa! Estaba meando justo entre unas tiendas y de una salió una cabeza. Me preguntó qué hacía, que no mease ahí por Dios. Yo, riéndome, le dije que ya había empezado y que no podía parar. Pero que no se preocupase, que esa noche hacía frío, que a la mañana siguiente no olía. Pobre, la verdad es que mi culo estaba medio metro de su cabeza. Una risa, como digo. Y el Pablo un trastornado, sí, pero un gran tipo.
La cosa es que si estoy a gusto y feliz soy simpática y con el tipo del autobús fui igual. Era majo. Y esos ojos, sonreía con la boca y con los ojos. Esos ojos que invitaban a bucear... El tipo, con toda su pinta de ex drogodependiente, flaco, envejecido, maloliente, me contaba que nunca había ido al teatro. Me pidió el teléfono para que fuese con él algún día. Dudé unos segundo y se lo di. Se lo di, el de verdad. No sé decir que no, no sé dar números falsos. Qué cuadro de personaje. Qué cuadro de madre. Que enternecedor. Ojos brillantes, en paz, felices. Mirada inmensa, tierna, acogedora. ¿Cómo no sostener esa mirada? No es que no costase, es que necesitabas hacerlo. Mirada tierna, cálida, divertida, intrépida. A veces dejaba de mirarle, porque cuando nos mirábamos nos sonreíamos. No quería que él pensase que me gustaba o algo así. No, no. Que no me malinterpretase, por favor, aunque le había dado mi teléfono... Fermín, se llamaba. Fermín. Y en mi cabeza sonaba Muguruza, Muguruza, Muguruza. Ya digo que aún iba fumada. Qué cuadro de personaje. Vestía como un yonki, su madre parecía la madre de un yonki. Y estaba ahí, a mi lado, escuchándolo todo. Hace algún tiempo, quizá, hubiésemos podido ser amigos. Fumarnos algún porro un día. Pero yo ya no fumaba (bueno, marihuana sí, pero vaya, marihuana no hay casi nunca) Estoy a punto de licenciarme, practico yoga, me gusta hablar de la gente desde un punto de vista psicosociológico, me gusta la antropología, me gusta el jazz. Ya no estoy para tonterías. Podría ser su amiga, por qué no, si se ducha me lo llevo al teatro, a dónde quiera. Pero él pretendía algo más, se notaba desde el principio. Si me hubiese vestido de otra manera, más mona, más pija, seguro que no me hubiese ni hablado. Fermín. Pero me visto con lo que hay limpio o como me siento. Y ese día me sentía así, como siempre. Porque estoy viviendo una época en la que voy más mona y tal. La universidad, la edad... Pero sin pasarse. No dejo de ser yo. Y a mí no me gusta pagar por la ropa, por eso llevaba unos vaqueros viejos, una bufanda e lana con agujeros, mi cara de fumada... No sé que sería, pero el yonki apestosos estaba ligando conmigo. ¡Pero bueno! ¡Qué cuadro, qué risa! Efectivamente mis amigos se rieron después. Pero yo le di el teléfono de verdad. Pero a mí me costaba dejar de mirarme en sus ojos.
Mirada de amplia sonrisa, mirada de cálido abrazo.