un atardecer llamado camino
nunca terminé de colgarlo, quizá porque me parece largo para la pantalla de un ordenador, o porque simplemente nunca me vino a cuento. lo hago ahora, en una especie de "intento de" que tampoco logro definir muy bien.
a felisa.
a santiago.
Dicen que todas las historias empiezan con una persona llegando a un lugar. Prometo no ser menos que los manuales de literatura. Llegué a Cevico por la mañana después de un tren desde Madrid y después de un bus desde Palencia. Hacía ese fresco lleno de sol que ocurre a veces y que nunca termina de ponerte de acuerdo en si deberías ponerte la chaqueta. Me bajé en la segunda parada, enfrente del casino. Había una nueva rotonda que no estuvo ninguna de las veces que pasé por allí en todos esos veranos de pequeño. Además habían asfaltado los 100 metros de carretera que llegan hasta la casa de mis abuelos.
Saltemos un poco.
No tenía del todo claro ninguno de los motivos por los que había decidido ir a aquel sitio. Pero allí estaba, en una mesa camilla en mitad de un pasillo y con dos señores de casi ya 80 años comiendo en silencio unas lentejas de abuela, con todo lo que eso quiere decir. Sabía que Javi me había dicho que tenía que buscar un lugar, y que las montañas son como personas gigantes, tranquilas y sentadas, meditando. “Y luego tienes que buscar algo, tío, tienes que hacerlo, pero solo y solo en ese lugar, en el que tu elijas, apartado de esto, fuera de Madrid, aquí hay gente por todas partes, y ruido y telediarios, y nadie te va a dejar los tres minutos de silencio que necesitas para comprender lo que te estoy diciendo, escúchame –y yo le escuchaba- tienes, TIENES (tienes) –esto lo hacía mucho y siempre muy rápido- que hacerlo, tío, tienes que” y mis abuelos estaban sentados, cambiando la tele, mirándose de reojo.
¿Por qué había decidido que el pueblo era ese lugar?. Mi elección, como dijo Javi.
Mi elección.
Mi abuelo seguía la tele, y gruñendo de vez en cuando, y respirando con mucha fuerza. Mi abuela seguía preguntándome algunas cosas y contándome las demás, y decía “pues duermes en la habitación de Presen porque nosotros ahora dormimos en la de tu madre y tengo que cambiarte las sábanas, ¿has traído ropa sucia?”.
Mis abuelos. Dos personas que habían vivido una guerra y una posguerra y todo lo que les vino después, y ese después eran tres niñas y un niño que crecieron demasiado deprisa y decidieron poner tierra de por medio en un pueblo, y esto lo había visto en el pasado de mucha gente, que se estaba yendo a la mierda.
Luego las vacas.
Hay quien dice que ciertas palabras suenan mal puestas en la segunda página de un libro, y supongo que “vacas” es una palabra de esas. Pero hablar del lugar donde estaba conlleva tres cosas: fotos amarillas, campos eternos de trigo, cepas y caminos.
Y vacas.
Animales inmensos como sentimientos.y tranquilos como botones de pause. Y de repente era yo sentado sobre una alpaca mirando esos animales quietos e indefinibles, chupando sal, frotándose contra las columnas, bebiendo agua. Era yo, y también era yo de pequeño escondiéndome detrás de las puertas de las naves, subiéndome a los tractores o escapándome a correr sin más por las bodegas que siguen ahí, enfrente.
¿Por qué había ido a ese lugar? Estaba en la casa de mis abuelos donde nunca había vivido buscando algo que no sabía qué era. ¿O sí lo sabía?. Tenía la certeza de que lo que TENÍA que hacer estaba escondido en cualquiera de esas telas de araña, de esos rincones, ¿y qué era?
Algo estaba cambiando.
Me quedé sentado en la parte final del camino que lleva al páramo, sentado y mirando todos esos campos y las montañas al otro lado y la casa de mis abuelos al fondo, pequeñita como este planeta visto desde otro sitio. Un coche pasó por la vieja carretera, y también era pequeño y era un punto que pasaba de largo en mitad de todo este pueblo.
Este pueblo,
era mi infancia, supongo.
“y encontrarás un camino que te conducirá a miles de puertas que estarán abiertas cuando tú llegues, pero tienes que entender que esto te lo digo en rollo metáfora porque escúchame tío – y yo le escuchaba- no vas a poder explicar lo que verás, y no lo verás, lo sentirás tío, lo sentirás pero no como sientes un pellizco o todas esas gilipolleces que dicen que sientes…”
ahí entendí que solo en aquel sitio encontraría todo eso que no podría contar con palabras.
-qué vas a desayunar.
Mi abuela llevaba una bata azul oscuro y unas zapatillas viejas y se encorvaba mientras removía chocolate mezclándose con leche en una taza antigua y vieja y desgastada. Y se daba la vuelta para que yo respondiese algo.
-¿el abuelo?
-ahora sube, está abajo con las vacas.
Sube significaba viene. Ahora viene. Y mi abuela con sumo cuidado seguía removiendo la leche y el chocolate mientras todo cogía color y salía el humo y hacía una mañana de sol entrando por la cocina a modo de caricia.
La luz entraba como una caricia.
Esa sería una buena frase para contar todo lo que vino después.
¿Por qué había ido a ese sitio?
Quien no haya desayunado nunca con sus abuelos no puede entender lo que es un desayuno de parejas silenciosas como pentagramas: con la música esperando que alguien la interprete. Era la primera vez que desayunaba con mis abuelos, 23 años después, y me había perdido muchas cosas. De eso estaba seguro.
Me olvidé de los coches y de las ciudades, y los periódicos gratuitos y de gente yendo hacia todas partes pero a ningún lugar.
Aquel lugar.
Echaba de menos la cerveza, y algunos amigos, y algunas amigas. “Echarás de menos todo menos echar de menos, ya lo entenderás”. Y claro que lo entendía, joder. Lo entendí la segunda tarde que fui caminando a la Marnia para robar unas moras y pringarme la camiseta de rojo. Y de nuevo era un nuevo yo, siempre más pequeño, escalando por las ramas de un árbol, tanteando la capacidad de soporte de aquellos peldaños que me soportaban menos.
Que temblaban más al verme.
Envejecí 15 años de nuevo y de golpe, y lo entendí. Por supuesto que lo entendí. “Y después de que lo entiendas vendrá todo el resto, que es lo que nunca encontrarás aquí – y se encendía el peta y seguía hablando- porque los árboles, puedes entenderlo, son personas que murieron y que nos siguen mirando, y lo puedes entender, pero yo lo siento, LO SIENTO, (lo siento)”.
Llega, siempre, un día en que atardece a las 20:14 de la tarde, y tú no sabes si llamarlo noche. Podrías ponerle nombre a cada uno de los atardeceres que has visto desde andenes de trenes que te alejaban siempre y de todo, desde ventanas que eran como televisores especializados en poesía, desde aceras sentado y con birras partidas por la mitad.
Un atardecer llamado camino.
En los pueblos también se encienden farolas y se apagan interruptores. Y allí se escuchaba el ruido de los mosquitos, y de perros lejanos y de animales de más de 300 kilos buscando un sitio para dormir.
Y yo seguí caminando hasta llegar a casa y ver a mi abuelo sentado y dormido, con la tele encendida y la abuela en la cocina entonando su propia versión de una copla que no había oído en mi vida. Era música, supongo. Porque la voz de mi abuela me sonaba rasgada y preciosa como una guitarra desafinada en las manos de un gitano.
Fue Proust el que se inventó esa chorrada literaria que tantos litros de semen ha dejado en los libros de historia. El sabor de la magdalena que te transporta inconscientemente a otro momento de tu historia. A mí me pasa con las sopas de ajo, por eso digo lo de chorrada.
Sopas de ajo y de nuevo 5 años y toda la familia cenando alrededor de la misma mesa. Y mi padre que se ponía entre las piernas el plato y yo le admiraba por eso. Y mi madre diciéndonos que comiésemos todo y que con la comida no se juega. Y mis abuelos en silencio, sentados, mirando el techo como preguntándose porqué tienen que cenar fuera de casa.
Mis abuelos.
Y cenamos como tratando de no molestarnos demasiado y luego recogimos los platos y yo fregué aunque mi abuela insistía en que los hombres no tendríamos que hacer esas cosas. Después se acostaron y yo me senté en la puerta de la casa, con toda esa noche encima, tarareando canciones en inglés que desconocía, buscando tal vez dentro de mí mismo esas puertas abiertas de las que Javi me hablaba. “Tendrás el silencio y el tiempo dentro de tus puños, pero no me hagas caso, tío – y yo sin embargo se lo hacía- porque lo mismo estuve equivocado siempre y en realidad no hay nada, tío, pero te digo que fue increíblemente increíble”.
Y sin embargo.
Había tres murciélagos haciendo pequeños ruidos, volando alrededor de una farola, y la luna seguía llena y yo me sentí vacío. Y un ruido que era mi abuelo levantándose para mear sin levantar la tapa. “Nunca hagas lo que hace tu abuelo” me decían mis tías cuando empecé a hacer pis de pie.
Creo que aquella noche no soñé, y que lo único que hice fue pensar como esas montañas, inmóvil y tranquilo, esperando un reloj o tal vez un frasco de arena tan solo.
Al día siguiente me sentía fatal.
¿Por qué ese lugar? porque no tenía otro sitio. Seguramente por eso. O tal vez por otros motivos que no quería reconocerme. Pero allí mis dos abuelos moviéndose lentamente en esa forma de vida que parece paladear los minutos y todo me sonaba distinto a lo que había escuchado cuando era pequeño. "Lo tienes que sentir, sino nunca te aproximarás siquiera a entenderlo". Y lo había entendido, pero no sentía nada. Me sentía fatal y con un nudo en la garganta me costó tomar el chocolate de la abuela. El chocolate de la abuela. De nuevo las sopas de ajo. Bajé a sentarme en la puerta de las cuadras, donde filas de vacas comían en un ritual de silencio. Y me seguía sintiendo fatal, además sin tiempo, y echando de menos todo. "Echarás de menos todo menos echar de menos".
Me sentía fatal, y tenía que buscar mi punto de giro. Mi llave. Y todo se hacía infinito como un paisaje amarillo y verde y marrón, con el viento, ya saben, poniendo a prueba la firmeza de los árboles, y de repente un nuevo sol escondido que se cruza a lomos de una carretera destino el monte.
“Jugar al sol con el escondite”.
Y en las paredes puse en inglés "i was here" y me reí yo solo y luego puse al lado "estuve aquí", y me estremecí de escalofríos dentro de aquella cueva donde iba con mi hermana antes de la primera comunión.
"Está prohibido mancharse" me recordaba ella siempre. y creo que nunca la hice caso en eso, a ella, que era mayor, y mi madre siempre venía a regañarnos y a veces no decía nada y otras, cuando poco a poco fui viendo que salvar el culo no siempre es lo más importante, decía solo "he sido yo solo" y mi madre miraba a mi hermana y luego me reñía aunque tampoco demasiado.
Volver a casa pasados los años puede ser como volver después de unos minutos, unas horas, una tarde.
Ocurre también en las arrugas. “Capturan el tiempo, tío, y lo guardan en pliegues de piel y color de canas, engordando más por el tiempo que no les queda que por la fatiga de todo lo demás”. Me di cuenta de que estaba buscando esquinas alrededor de mi propio circulo cerrado. Me lavaba las manos para cenar y la suciedad se iba con forma de agua negra girando en torno al sumidero. Suciedad de cueva en mis manos, otra vez manchado pero sin nadie que me lo prohibiera, habían pasado los años y el grifo soltando todo ese agua que me limpiaba y allí estaba el espejo y estaba yo escuchando el ruido de dos señores sentándose alrededor de una pequeña mesa en mitad de un pasillo.
No dijeron nada, y aquella vez yo tampoco.
Todos conocemos todas esas teorías sobre los silencios y el significado que se puede dar a cada cual. Vale. Imagina un silencio que fuese un silencio con todos esos significados, juntos, en una especie de silencio metasemántico que explicase todo. Que lo entendieras. Que lo entendieras cuando lo escucharas. Sí, el silencio.
Solo las personas que pueden echarle sal a un plato de comida como pidiendo perdón por sugerir que está soso, me entenderán.
Después me fui a la puerta de la casa dispuesto a ser noche y adentro mis abuelos se ponían el pijama, se lavaban los dientes y el ruido del lavavajillas me recordó que los hombres seguíamos sin tener que fregar, que ahora lo hacían unas máquinas. Seguramente, y me reí pensándolo no sé por qué, el primer lavavajillas lo inventó una mujer para que su hijo soltero no tuviese que fregar los platos. Madres, dije en voz baja, y me volví a reír mientras mis abuelos se metían en la cama y apagaban las luces y de nuevo todo quedó en silencio, otra vez distinto, pero tan igual como las distintas sombras del mismo hombre.
Supe que si había ido a buscar algo, si debía encontrarlo, ya lo habría hecho. Lo mismo lo había hecho y todavía no lo sabía. “Tres minutos de silencio”, dije en voz alta, y aquella vez el mundo me hizo caso y hasta los murciélagos se callaron y había un minutero contando segundos hacia atrás y estaba dentro de mí.
Decidí marcharme al día siguiente.
Hacía fresco cuando miré por la ventana, “paisajes con forma de escalofrío”. Y mi abuela de nuevo con el chocolate pero ahora yo era más viejo y estaba haciendo una maleta para irme hacia otro sitio, quién sabe, la ciudad otra vez, y volver a ver a Javi. “No podrás entenderlo si no lo sientes”. Y desayuné mientras mi abuelo volvía, y afuera hacía un día precioso, con un poco de rocío todavía, no mucho, “los amaneceres del norte te dejan helado en todos los sentidos”, y luego fui al cuarto donde había pasado aquellas tres últimas noches para recoger la maleta. Traté de recordar a mis abuelos la última vez que me despedí pero no pude. Cuando eres pequeño no prestas atención a los detalles que luego de mayor querrás recordar. Y es una mierda.
Cuando salí ellos seguían en silencio, mi abuela pelando un pescado, encorvada como siempre, mi abuelo sentado partiendo queso, taquitos de queso curado.
-es el queso de la Martina, toma, coge.
Y cogí.
-me marcho, vuelvo a la ciudad.
Y los dos se sorprendieron al principio e insistieron un poco en que me quedase pero no mucho, y luego me acompañaron a la puerta, detrás de mí, con pequeños pasos de viejas zapatillas de andar por casa.
Las personas nacemos con una capacidad instintiva para la comprensión de ciertos signos, rituales y símbolos más sociales que genéticos: por eso sabemos escribir 6 letras seguidas tal que así (a, b, r, a, z, o), y saber todos perfectamente a lo que me refiero.
Pero no es una cuestión de comprensión, ni mucho menos. “Se trata de algo, tío, que no te puedo explicar porque no se trata de palabras ni de razonamientos, va más allá de todo, y ni siquiera estarás concentrado cuando ocurra, o tal vez sí que lo estés, yo qué sé, ¿sabes?, pero lo sabrás, claro, y entonces no hará falta nada de todo esto que te cuento”.
Podéis entender aquel abrazo en que me despedía de mi abuela, y podéis entender el roce de lija en la mejilla de mi abuelo cuando se acercó a darme un beso. “Los besos se dan, no se reciben” le decía siempre. Y podéis entender los cien metros de nuevo hacia otro bus que me alejara de allí.
100 metros, y al cuarto paso comprendí que algo ocurría. Mis abuelos cerraban la puerta y al séptimo paso oí el ruido de la cerradura y TENÍA que mirar hacia atrás pero no podía. No mires atrás cuando no puedas, me dije, y seguí andando y llevaba 20 metros, y todo el futuro por delante, en una carretera que será mi camino, me dije, y seguía andando, 30 metros, y las montañas a un lado, y los árboles, y aquellas casas de adobe y de piedra y de ladrillo, y una manada de pájaros, y las vacas chupando sal y bebiendo agua, 50 metros, y todos me miraban pero no decían adiós, me miraban con ojos de bienvenida ahora que me marchaba, 60 metros, y el horizonte ya no era una rotonda sino gestos, piedras, hierbas y maderos, 70 metros y se hizo una hoguera y de nuevo los pequeños brazos de mi abuela alrededor de mis hombros, encorvada como siempre, y los ojos y la tímida barba de mi abuelo, y la puerta cerrada pero no mires para atrás, sigue andando, 80 metros, un escalofrío que era una caricia que era un amanecer que era un camino empezó a subir por mis piernas y luego siguió por mi espalda y de pronto era yo entero un escalofrío, una caricia, un amanecer, un camino, 90 metros, y escritos sobre el vacío, huellas de tierra en mi piel, piedras, cunetas en todos mis lados, y todos los senderos que no seguí, allí estaban, mostrándome todas esas vidas que no viviré jamás, y no mires hacia atrás, sigue andando, y todo eran opciones y me respiré los últimos 10 pasos con los ojos muy abiertos y todo el pasado en mi espalda, y yo era un camino, y el autobús se acercó, un autobús llamado futuro, y entonces sí que miré hacia atrás, y cien metros más allá estaba toda mi vida contada por aire, volando sin más entre las montañas y la casa de mi abuelos, y todos me daban la bienvenida, y yo sentía, SENTÍA, (sentía), y subí al autobús y me marché sin decirles nada.
Y no volví a volver nunca más.
8 comentarios:
k hay escan, soy pablo.
cojonudo, si.hasta me he reido un rato.
venga, hasta pronto!
.fuck da canon.
ers un portento,
por tanto
aplauso
sería ridículo decirte que cuando terminaste de estrellarte con las letras, y cogí la cerveza, y me leíste esto en este amorfeado rincón de malasaña... se me calleron las lágrimas, los juicios y el tanga. sería ridículo porque eso me ocurre cuatro veces por semana, y porque no sé yo si llevaría el tanga en su sitio ese día.
sería ridículo decirte que como los secretos muero y resucito, porque ya sabes que te leo cuando no me les, en extremoduro, y porque afonismos y pañuelos es lo que me haces cuando te pones chulo y ahgachas la cabeza con eso de "no, no... si lo de salem.."
sería ridículo recordarte, que los bajones baratos no sueñan sin arte, y la ilusión está a un paso de emborracharse con la magia... y seguro que al amanecer, acaban follando, a poder ser... cerca del bukowski.
sería ridículo decirte nada a estas alturas; una vez me meto la cima ya sabes donde, que te gusta chupar... y es ridículo entonces pensar.. que existe un protocolo para la felicidad.
es ridículo escribir sin romperte los dedos, y por eso. me callo.
papá estaba en el cuarto de nadia leyendo el marca, que nunca lo compra pero esta vez sí para regodearse de la victoria de la noche anterior -en esos periódicos contada como algo épico- del madrid-barça
mamá a mi lado compartiendo sofá y calor de salón
escurriéndose los sesos con unos nuevos sudokus alemanes que por lo visto son casi imposibles, y por lo tanto apetecibles. conozco la sensación, si
y yo leía uno de los libros que compramos en el viaje
antología del humor negro, de andré breton
que lo pilló arthur en el museo picasso de málaga y luego me dijo que lo había comprado para mí. que lo leyésemos a la vez y fuera pero que al final me lo quedara yo. me parece estupendo. gracias tío, en serio. beso.
y a la vez escribía en una de nuestras libretillas que estaba en la primera guerra mundial
y un poco creo que pensé en ti
y en que te gustan tanto los beats y cortázar
y pensaba que a mí me pasa igual con la etapa que en mi opinión los precede
que la generación beat sigue cierto legado de henry miller, parís años 30, brassai, annais nin, perlés, durrell, tal… billares, montparnasse…tabaco siempre,
europita aparte de su rollo 100% americano,
y whitman y la carretera que los parió a todos, cabrones
y que cortázar sin tantísimo surrealismo chungo
y que a mí cortázar me cae pero que bien simpático, sólo le cogí una micromanía al leer los cronopios, que fue lo primero que le agarré, y fue porque de entrada no lo entendía
y luego he seguido con más cosas suyas y siempre me ha encantado. especialmente cuando lo hace tan bien que casi tengo que esforzarme en seguirle la pista.
lo que más me gusta es cuando habla de situaciones normales con amigos contadas desde una simpatía que te juro que me encoge el corazón.
de nuevo parís.
leí en este mismo libro de breton, por cierto, hablando del humor, esto:
“[el humor] está al borde de la nada, nos la ofrece como garantía”
y que es una rebelión superior del espíritu,
debe ser por eso que tú y yo y ella y todos estos estamos hechos unos putos cachondos.
bueno a ver, por dónde iba?
ah bueno, ya.
y entonces llegó la tía mari, y mientras se quitaba el abrigo y lo dejaba en el estudio se quejaba un poquito de sus achaques, y de que la misa la había dejado un poco tocada, y es que estas fiestas son muy putas, uno se acuerda de los que faltan y todo eso, y a la pobre mujer se le murió hace un par de años el hijo. el sobrino de mi madre, que a la vez la sacaba algo así como un año, porque mi madre es la superpequeña de 5 hermanos. jose jaime.
y luego pasamos a sentarnos al sofá otra vez, porque la verdad es que se estaba deputamadre tirados ahí en él, a mí me venía genial para la espalda, (y esta frase la quería poner, xd… por cierto aquí ahora suena sui generis, allí?),
y bueno, hicimos tiempo de cháchara,
me enseñó mi madre un libro de poesía femenina para que lo ojeara
que se lo había regalado ahi en el consejo a los dos, a mi padre y a ella, así que tenemos dos. y el caso es que son una mierda. rescato una frase de marylin, otra de emily dickinson, y otra de coco chanel (y sólo para ponérsela a marcus en un comment)
“el placer es el máximo cumplido que se le puede hacer a una”
y algunas fotos de S.T que el caso es que ya conocía,
pero vamos, una mierda.
luego llegaron nadia y choco, o lo que es lo mismo, choco y nadia
porque se quieren matrimonio
y da gusto verles.
nadia me trajo un vestido de gilda’s que me puse en la nochevieja 2005
está muy chulo y hasta cierto punto me pega. -aquí te imagino imaginándome-.
me lo puse y me dejé puestas las zapatillas de estar por casa que son del natura y son así del material este modernito rollo coronel tapioca para el frío y tal, bueno super suave que nos encanta y tal, y son como botitas rojas.
y luego para hacer la coña (con el vestido puesto)
me puse el chalequito verde de arthur que llevamos cada uno uno todo el viaje
y el palestino y un gorrito azul
y parecía un duende, porque sabes que algo tengo que ver con los duendes,
sobretodo con los electro,
y nos reímos todos, y me lo quité, y en cinco minutos estábamos ya cenando
lo primero que hice fue ponerme fanta limón en la copa
luego mayonesa en un borde del plato
luego le hice un gesto de complicidad a la tía, que se sentaba al lado mía, haciéndola ver que estaba muy contenta de que estuviera aquí, y que me gusta que seamos los de siempre, los de cada domingo, y luego papá dijo una broma que nadia rió y yo no pillé y brindamos. y en mis brindis ya te digo que estáis todos. en mis brindis estáis todos.
comimos langostinos, fois con panecitos chulos, ensalada especial y luego cordero
y de postre papá siempre nos prepara una piña estupenda
que da paso al ron y al resto de la noche deputamadre
en serio, pruébalo: piña
y todo lo demás va como la seda.
acabamos recogiendo, poniendo el tapete verde, preparando los amigos cubatas, pidiéndome a mí todo el mundo que a ver cómo iban esos peis de benalmádena
y jugando al julepe.
nadia y choco habían traído las fichas de juego, especiales, geniales
como en las vegas.
fue emocionante cuando al final hablábamos en palabras mayores
usando las fichas de 20 y 50 jugando al hijoputa,
y yo les miraba y veía lo contentos que estaban y cómo se emocionaban al ganar
al llevarse el plato
y al perder,
y mi madre que es una cachonda venga a darle a los marlboro lights con una elegancia natural que me recuerda que en realidad me llamo silvia
y mi padre y choco iguales, tan cabezones, tan tíos duros, tan pesaos a veces
y me decía
me cago en la ostia, son iguales que arturo, y que escandar, y que dani
y pensé en cómo era miguel
y me acordé de la primera noche que miguel y yo lo hicimos
en el estudio de robert
que nah más que tiene un colchón, un ordenador, una mesa con algunos botetos
y una botella de agua de dos litros
y que es una de las noches más bonitas de mi vida, y estoy llorando porque le quiero
y esa noche fueron las vistillas y yo llevaba la camiseta de los beatles
que rara vez ya me la he vuelto a poner,
en fin,
y nadia, tan inocente
tan whats mine is yours
tan dont worry, my little one
y la tía mari tenía una suerte espantosa, y yo ganaba grandes cantidades a veces
y empezamos a decir que el juego es un reflejo de la vida
y hubo una vez en la que mi padre, mi madre y yo:
javier- según mi filosofía de vida, medio plato
(por cierto, espero que sepas jugar al julepe y al hijoputa)
y entonces tenía dos ases, lo cual no es mucho arriesgar, al contrario. y perdió.
lola- según mi filosofía de vida, medio plato
y lo ganó,
y nos descojonamos, y la felicité y papá puso cara de niño pequeño resentiíllo,
(dani también tiene ese tipo de reacciones y hace esos gestos)
y luego yo, sin cartas
(y hubo momentos de la noche en los que sin habérmelas mirao decía plato),
dije: según mi filosofía de vida, plato
y lo perdí,
esa vez lo perdí
y me descojoné.
fíjate lo que son las cosas, verdá?
mi padre a ciencia cierta mala suerte y le sienta mal
mi madre pisando sobre seguro buena suerte y le sienta genial
y yo sin casi probabilidades de ganar, esa vez pierdo, y me da igual.
digo esa vez pierdo porque aquí choco y papá me dirían “te quejarás”
y la verdad es que no lo hago, no puedo hacerlo, anoche tuve mucha suerte
y la verdad es que en esa ronda en concreto me alegro de que ganara mamá.
y todos tenían las fichas super bien ordenaditas
las de 1, las de 5, las de 10, las de 20 y las 50, que eran ya lo más
y eran de colores
blancas – azules – rojas – verdes – negras.
y yo las tenía todas mezcladas y cambiando constantemente de pinta mi montón
y el verso fue “mi fortuna es un misterio”, y se rieron y me llamaron poeta.
al final por orden de perdedores fue:
choco
mamá
papá
yo
la tía
y nadia,
nadia ganó.
estuvo reñido hasta el final entre nosotras tres últimas. tirando a que entre ellas.
luego las chicas seguimos hablando, fumamos otro canuto y en ese momento creo que sonaba el primer disco de la banda de forest gump, que es buenísimo y nos lo sabemos las tres de memoria y bailamos, igualito igualito que en mi cumple, las chicas
en ese mismo sitio, (aunque tú no vinieras, pero esto lo digo por si lo lee dani)
y le cantábamos a la tía, que no entendía nada, porque eran en inglés
pero nos llamaba guapas
y la rodeamos una vez, nosotras de pie y ella en la silla
diciendo que éramos ninfas y la adorábamos a ella, nuestra diosa,
mientras ellos jugaban al póker con los dados y el vaso, el típico vaso de plástico de colores del idea, y me pareció muy gracioso que choco se acabara la botella de jack daniels a la vez que jugaba con un vaso rosa. rosa gracioso en contraste con choco.
y con esa situación en concreto
y ah, por cierto, no teníamos polvorones.
ya lo siguiente que recuerdo es que bailábamos bienvenidos
todos, ahí, al fondo del salón
histéricos,
y quien entrara diría menuda pandilla de locos
y yo soy muy despistada y nunca voy mirando
pero si hubiera entrado alguien, por mis huevos que se nos hubiera unido.
discos y venga más discos
vinilos y años 70. pinchábamos mi padre y yo
y choco se metía con el panorama actual del guitarrista medio.
a partir de aquí hay un filtro de lágrimas
me emocioné como me emociono siempre que me emociono con mi madre
y nadia bailó tan graciosa, tan divina, tan con el vestido de marylin
tan como ha bailado toda la vida
con esos gestos de mover mucho los brazos, agitar la melena
y abrir mucho la boca.
todo fue estupendo. mi madre piensa que soy mística.
yo pienso que ella es estupenda.
y hay una energía y un amor como sabíamos que no había en otras casas,
y nos abrazábamos mucho y seguíamos cantando,
mi madre dijo que iba pedo
y me ORDENÓ (y mira que no he estado usando mayúsculas en todo este rato)
que me hiciera otro porro,
tranquila, mi vida, que ya me lo hago.
ya te digo que muchos discos, 6 de la mañana y a algunos les entró el sueño.
mi tía se puso supercortarrollos con lo de irse a su casa, allá en hortaleza
porque sabe de sobra que aquí no lo hace. sobrar, me refiero.
y al final ya estábamos de bises con celtas cortos y platero
porque me encargaba yo de todo esto del estéreo
y por no tocar mucho los huevos a choco no me cebé con mecano
aunque algunas cayeron.
la última fue al cantar, con mi madre y yo agarradas de la mano
y choco y nadia arropaillos ya en el sofá, se iban a quedar, no podían más
y todo eso.
yo hubiera aguantado en pie you know que hasta que hiciera falta
seguía de aquí para allá con mi bailoteo a cuestas,
volvió papá de llevar a la tía en coche y nos fuimos preparando para irnos a acostar
yo volví a hacer la coña de que era un duende
con el chalequito verde y todo eso, y otra vez, se rieron.
se fueron todos a dormir, nadia y choco en el cuarto de nadia
mis padres en el suyo, y yo en el mío en medio.
seguí leyendo un rato más el libro este que te digo de la antología del humor negro
hasta que me entrara el sueño
y fue entonces que se me ocurrió que me apetecía escribirte algo para comentarte este texto,
y ahora son las 21.15h del día siguiente, navidad…
y al quererte me sale esto
XX
Silvi
NOCHEBUENA 2007: Mi fortuna es un misterio
silvi, yo no soy de decir estas cosas, pero te quiero.
Recuerdo cuando me ofreciste leer este relato y recuerdo que pensé que alguien capaz de sentir así, tenía que buena gente. Ahora sé que este relato es mucho más importante si cabe, de lo que lo era entonces y sé que te gustaría volver de nuevo y abrazarles.
Un beso enorme.
Buf! y que escribas con esa luz, aunque ni sepas de dónde sale, no deja de ser sorprendente
y que seas la causa de una nueva obsesión por y para la letras... aún más
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