una vez ya dije quien es.
henry pascual, edwallington, llamenle como quieran mientras usen susurros para ello.
dice esto, y yo no digo más porque sería estúpido
y torpe
y sobretodo innecesario.
Es como cuando un tren frena el sonido que produce una puerta que se está cerrando. O el eco de un balazo que atraviesa algo, en la habitación contigua, cuando se cierra de golpe. Digo esto porque las llaves quedarán balanceándose sobre el tablero, nuevamente.
El tiempo es un conjunto de medias palabras amontonadas en un ropero, como si fueran pantalones arrugados, camisas sin botones, tal vez, botones sueltos; o cuerpos bien doblados, eso que llamamos fotografías, en álbumes negros, quizá un gato gris y sin bigotes que nos pasa su rasposa lengua por los ojos.
Es un conjunto de perfumes que te llevan al lavabo, o a simplificarte en ellos hasta que los rasgos de mujer empiezan a tomar forma e inclusive golpearte la cara con un montón de ojos que hasta entonces creías olvidados, y sientes como las arrugas te van quebrando el rostro, te agrietan el pellejo, te borran el hocico. Cada memoria puede jugar con el tiempo y permanecer en ese día que vimos su cabello golpeado por el viento por última vez.. O “Cada memoria enamorada guarda sus magdalenas” decía Cortazar.
Traigo esto a colación por los momentos, por las razones, por los perfumes, por las rectas, que me permitirán enumerarla por siempre, cada vez que nos perdamos, en algún día.
No hay razón para olvidar esa especie de acordeón con olor a esencia de miel que significa su cuarto, a vainilla de su cabello, o el olor a ermita de sus piernas. Los ojos de Marilyn cayendo en su frente, escribiendo un diálogo. Un diálogo de franceses que no pueden con el rock. Casi una película. O esas calles caídas ante nosotros como hojas destruidas por las pisadas de la gente, ni sus miradas que llegan como un puzzle para confundirme.
Observarla como un sentimiento que revolotea como paloma asustada, el éxodo cuando las palabras son lo contrario a las manos, y que es el silencio ese algo que nos mantiene unidos de día y de noche, la puerta de la servidumbre, ese pasillo con las luces encendidas hasta la mitad, cuando las calles cierran sus filas para nosotros, cuando todo queda disminuido a una casa vacía, a las luces apagadas, a los perros aullando a los tejados, a los objetos interminables de la habitación, a los barquitos de papel que hundimos en los vasos. Que importa que nos pierda desde la boca hacia fuera, por separado, y nos encuentra, juntos, cuando cerramos los ojos. Que importa que haga de nosotros unas sombras como hace un turbante árabe sobre el rostro. Porque es el silencio ante nosotros, la manera…
El perfume de las palabras es el perfume de los números. Y los números son tristes cuando hay que restar. Y doblemente tristes cuando no sabes como usarlos.
Entre nosotros el tiempo ha sido un rompecabezas, que hemos intentado armar inteligentemente con manos torpes, que se nos ha perdido algunas piezas, entre las sábanas como esa noche de hotel en barranco, o en la línea final de una carta.
Como olvidar que ella lee mis cartas a mano como si fuera un envío lejano, desde una guerra que no tiene cuando acabar. Con esos “Cuídate y espérame que yo volveré” y con frases que aún no existen en hechos.
En su cara siempre encuentro un resto de las personas, una sobra de sus mañanas, un pedazo de sueño que queda como secreto bajo los demás ojos. Hay horas que un gesto suyo es la cara de todas las penas del mundo, sobre todo cuando el viento golpea contra las bancas de los parques. Hay un segundo que deja mapas en las aceras, como arañas en pánico. Hay días que yo quedo reducido a su palabra. El quédate o vete por la puerta trasera, de su vida. Su boca es a veces un animal que pasa la lengua entre los músculos del instante pero es a veces también un vegetal recién sacado de la nevera, una aniquiladora máquina de frío.
Una vez que empezamos a caminar es la manera de decirnos: mira lo que nos queda, lo que nos hace falta o el donde no podemos llegar. Es entonces el mundo un corredor más de nuestras vidas.
No sería exagerar, y es darle razón a la poesía al decir que es ella el verso medio, lo que va entre “…pero tu te has ido” y el “pero tu vendrás…” de que hablan los poetas, ese impulso a escribir que no se sabe cómo expresar ciertos cuerpos, porque el bolígrafo es inhumano, a la máquina de escribir le falta una frase y que lo sofisticado es vil y tonto. Cómo decir que su mirada es una especie de tráfico de armas que algunos quieren como caricia contra sus caras. Que yo la espero como una mano que salte a mi espalda para dejarme un arañazo tatuado. Como decir aquello, cómo…
Es difícil que un hombre enamorado no intente saltar hacia ella, como un suicido desde el tercer piso al pavimento de autos estacionados, porque es ella, desde la neblina de la ausencia, un grito después de oscuros extenuantes. Es la nueva sed, esa manera diaria de abrir a medias la boca esperando la otra mitad, de colgarse de la felicidad desde un beso y desprenderse de ella de una punta de sus cabello. Saber que con ella mirar el sol ya pasó de moda, y la luna está cada vez mas alto, que desde ahí ya no hay versos que se desprendan, que la oscuridad es un desvío musical, y la soledad es un disco de vinilo, un gramófono a mano.
Me ha enseñado por las barbas de los viejos, que observa enamorada, que los días tienen edad. He aprendido a rozar sus pensamientos con la punta de los dedos de mis pies, hasta que una palabra me hace pisar suelo. A llenarme los labios de momentos rotos, de sílabas de su piel. A saber que necesito, así de simple, de ella, mierda…
Es previsible imaginar que las cartas se irán arrugando junto con nuestras manos. Y la tinta se desteñirá hasta hacer muecas sobre el papel borrando algunas de nuestro rostro. Que el recuerdo fue una palabra olvidada, un objeto que cayó de nuestros manos. Que algunos son tan necesarios borrarlos de la memoria, como también lo es conservar otros. Pero eso no quiere decir que se pueda lograr. Que es la vida la taza de café que se va enfriando a la vista de los demás hombres.
El tiempo es una fatiga larga y al amor hay que tratarlo como camisa de seda, para cuando tengamos que ponérnoslo de nuevo; hay que verlo desde otras historias, desde otras palabras, de los balcones ya rotos, algunas veces. Desde Implosión, algunas otras.
Así vamos caminando, haciéndonos una pieza mas para el ropero, doblándonos, agrietándonos, recordándonos y volviéndonos a doblar. Sabiendo que para Nova, el tiempo es relativo al amor, dos siameses unidos por la misma cicatriz en el pecho: lo que no se llegó a decir es lo que vale la pena.
Oigo a veces a gente que no se incorpora,
y se oye a veces morir un perro igual que muere
un cristiano u otro de cualquier raza,
otras veces también se escuchan sonidos de
puertas
sin saber la mano que las abre,
y sin distinguir el ruido de la retirada.
veo a veces el objeto interminable ante
sus ojos,
y veo muchas veces sus ojos interminables
en mis objetos,
y cuando eso no sucede todo es fecha de reciclaje,
es el tiempo un calendario que dice
“No” con números que caen de la boca
a cualquiera de mis partes
Siento que los espacios, cuando no está ella,
podrían hacerme cualquier cosa horrible,
atarme la lengua al alma, por ejemplo,
poner mi rostro sobre la limpia y afilada mano
del olvido,
o meterme en una taza de agua hirviendo.
Siento que lo sagrado no funciona cuando
su cuerpo da el cambio,
y leo sus miradas como un poema feliz,
y los finales de cuerpos tendidos no tienen por
qué significar algo,
entonces aterrizo sobre su mano, caminamos
y sentimos que la vida es una película larga
en un minuto inmenso.
El corazón es un camaleón cuando las calles
atraviesan
nuestros ojos,
la razón es un planeta destruido, desminuido
a la ceniza por algún fuego, un cometa,
el miedo
pasó a ser el último dinosaurio, que está
enjaulado, no sé por cuanto tiempo.
Y esa gente que aún no se incorpora,
que se rasca como un milagro,
que tiene en la cara el moretón del último
roce,
dice “detente”
y entonces empiezo a ver el sonido,
a entender por qué la gente muere hasta
convertirse en perros
que ladran siempre
sobre la misma
ventana, y retroceden al ver la sombra,
es la huída,
es no haber podido ni con la mitad de sus guerras,
gente que sigue tendida acariciando el aire,
respondiéndose mal sobre la majestuosa flor
de la vejez,
es el recuerdo,
ya no hay nadie.
Y temo perderme en algún golpe
de su memoria. Que ella deje de deslizarse por la mía.
Siento que esto está como estaba previsto,
y a veces pienso que ya todo está consumado…
y eso, que no sé que decir cuando algo de alguien se aleja, la distancia, el tiempo, supongo...
un salud-o, a cualquiera que se pase por aqui...